BROWN,
Raymond E.: The Death of the Messiah, I-II, Doubleday, New York 1994, 1.
630 pp.
1. R. Brown expuso en una conferencia en el Pontificio
Instituto Bíblico diversos aspectos sobre el proceso de elaboración y los
criterios que siguió en este libro, en el que trabajó durante diez años y que
constituye el culmen de su carrera como
profesor de Sagrada Escritura. Basta ver los nueve apéndices (entre los cuales
vale la pena mencionar el Evangelio de Pedro, considerado por algunos críticos
modernos como la fuente de la Pasión de los Evangelios canónicos -Brown
demuestra que no es así-, y un estudio sobre la posible fecha de la pasión) y
la abundante bibliografía presentada para darse cuenta del alcance del trabajo
realizado. Se trata en definitiva de un comentario detallado de las narraciones
de la Pasión en los cuatro evangelios.
2. Uno de los aspectos en los que más insiste el autor es
la fidelidad al texto; no se le debe hacer decir lo que no contiene. De ahí que
no insista casi nada en la reconstrucción del texto, sus fuentes, etc. Subraya
también la necesidad de respetar el punto de vista de cada evangelista en los
momentos en que ofrece visiones o narraciones divergentes de los otros tres
autores de la Pasión. Por eso quizá el aspecto que más llama la atención en
todo el trabajo es su referencia continua al texto, el estudio de cada perícopa
dentro del contexto primero, dentro de cada evangelista después, y finalmente
en el panorama de los cuatro Evangelios.
La parte que refleja mejor el pensamiento de Brown es la
introducción. En ella presenta las líneas maestras del estudio, los problemas
con los que se encontró en su elaboración, las tensiones entre historia y
teología. Acerca de este último tópico dice que no le agrada la obsesión por
encontrar lo histórico en cada detalle de la narración, así como tampoco la
teoría de que no se puede saber en realidad qué ocurrió. Brown afirma que
detrás de los relatos hay historia verdadera (pp. 14-16), y que todos los
elementos esenciales de la Pasión son históricos (contra algunos, como H.
Koester y J.D. Crossan, que niegan la realidad histórica de la Pasión, u otros
que, por ejemplo, niegan la existencia del proceso y juicio religioso a Jesús).
Por otra parte la visión teológica del evangelista le puede llevar a describir
un hecho particular de un modo distinto a como realmente ocurrió, y eso no es
atentar contra la historicidad del relato, según afirma. Los Evangelios no son
biografías de Jesús, sino destilación de la enseñanza y predicación acerca de
Jesús (p. 13). Otra de las premisas en las que se apoya el autor es la de tomar
Marcos como Evangelio-base sobre el que se apoyan las narraciones de Mateo y de
Lucas -lo que está bastante aceptado por la exégesis actual, tanto católica
como protestante- y considerar Juan independiente de los sinópticos (en esto la
crítica actual está dividida).
Otras dificultades de la obra están en la condición de
los evangelistas, no considerados por el autor, en cuanto autores del texto
final y definitivo, como testigos oculares. Piensa, sin embargo, que las
narraciones de la Pasión se remontan a testigos oculares: sería inconcebible
pensar que los discípulos se desentendieron de Jesús después de su captura. Lo
que ellos vieron y vivieron ha sido lo que la Iglesia ha después predicado, lo
que luego se ha recogido en los Evangelios.
3. Lo que más puede chocar al lector es el juicio de
algunos pasajes concretos; de algunos de ellos afirma que no sucedieron así.
Por poner un ejemplo, al narrar los fenómenos ligados a la muerte del Señor (Mc
15, 38 ss. et par.): el "velo del templo se rasgó" (pp. 1097-1113).
Primero presenta el significado teológico de la expresión, que es riquísimo.
Luego pasa al estudio del fenómeno en sí mismo. Como en la época de Jesús había
entre trece y quince velos en el Templo, trata de individuar el más
significativo: uno de los dos o tres velos que se encontraban entre el Sanctum y el Sancta Sanctorum. En el apéndice IV, sobre
Judas Iscariote (pp. 1394-1418), dice que es bastante difícil armonizar los
relatos de Mateo y de Hechos, por lo que uno de los dos -o los dos- debe
encerrar un significado teológico más profundo, que Brown intenta descifrar,
dejando en un segundo plano su valor histórico. Estas afirmaciones se deben
entender de acuerdo con lo dicho anteriormente y son compensadas, hasta cierto
punto, por la visión global histórica defendida por Brown a lo largo de todo el
libro.
B.E.
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