ARTAUD, Antonin: Oeuvres complètes, Gallimard, Paris 1976.
1. Se trata de una recopilación de fragmentos de muy
diversa condición que aparecieron en distintas revistas; sobre todo en La
Révolution surréaliste y en la Nouvelle Revue
Française, entre 1924 y 1928.
2. Pueden dividirse en tres tipos. Los primeros son
textos de creación en los que pone en práctica el autor algunas de las técnicas
surrealistas. Por ejemplo, en "Paul et les oiseaux ou la place de l'amour
suivi de une prose pour l'homme au crane en citron" (1924) Artaud pone en
práctica una de las características surrealistas que más llaman la atención:
prescinde de las categorías de tiempo y espacio (incluso explícitamente) y se
integra en una historia sin hilo en la que habla con Ucello, Donatello, Brunelleschi.
Dentro de esta línea están también un "Texte surréaliste" y muchas
narraciones de sueños que contienen normalmente todas las características que
se les suponen: arborescencias, sangre, alucinaciones, erotismo, mundos
irreales, etc.
El segundo tipo de escritos se refiere a los textos
teóricos, tanto de reflexión literaria como de pensamiento. De los primeros le
interesa destacar reflexivamente lo que él ha llevado siempre a la práctica:
"Se puede hacer todo en el arte, se puede hablar en todos los tonos,
incluso en ese que no conviene. No existe un tono, por así decirlo, literario,
como tampoco existen temas que no se puedan utilizar. Si quiero, yo puedo
hablar en el tono de una conversación ordinaria. Puedo, antes de empezar,
renunciar al efecto. Puedo renunciar a toda impresión. Sólo una cosa hace el
arte; la palpabilidad de las intenciones del hombre. La conciencia hace la
verdad" (p. 15). Como Artaud no es un pensador sistemático y escribe y
razona por impulsos, no es raro darse cuenta de que en ocasiones se contradice:
"la verdad de la vida está en la impulsividad de la materia. El espíritu
del hombre está enfermo en medio de los conceptos" (p. 54). En los textos
reflexivos de carácter más general llama la atención que, para Artaud, lo
principal de la actividad surrealista es la revolución. Una revolución moral y,
más aún, de las estructuras racionalistas y cristianas de la sociedad. Por eso
dice: "Las fuerzas revolucionarias de cualquier movimiento son las que son
capaces de cambiar el eje en el que están fundadas actualmente las cosas, de
cambiar el ángulo de la realidad" (p. 60). Este interés revolucionario es
el que le lleva a escribir las cartas que dirigió, junto con otros
surrealistas, a personas importantes de la sociedad de su momento. A pesar de
esta crítica a las raíces cristianas del mundo, Artaud tiene una relativa
sensibilidad para las cosas del espíritu. De hecho habla de una cierta
"eternidad surreal", aunque no puede establecer con precisión puesto
que ni siquiera él sabe qué significa. Esta sensibilidad también hace que para
él la muerte sea un tema muy presente, como pregunta y como invitación al
suicidio. Cuando trata este tema deja claro que considera la vida como un
sufrimiento. Cree que en el hombre hay una tendencia innata al crimen, a la
locura, a la cobardía. Decide, en consecuencia, que hay en el hombre un cierto
determinismo hacia el suicidio que tarde o temprano llegará. Todo ello
explicado en un tono panfletario y profundamente revolucionario. Su obsesión
por la muerte y por lo absurdo del hombre se presenta incluso como marca de sus
diferencias con el movimiento: "Lo que me separa de los surrealistas es
que ellos aman la vida tanto como yo la desprecio" (p. 62). En el momento
clave de su ruptura, y con un gran sentido común por su parte, afirma: "En
aquella época vivíamos, pero puede que sea una ley del espíritu que el abandono
de la realidad no puede conducir más que a los fantasmas" (p. 65). En
estos casos en los que tiene planteamientos más profundos llega incluso a hablar
de Dios: "Me gustaría estar seguro de que el pensar, el sentir, el vivir,
son hechos anteriores a Dios; en ese caso el suicidio tendría un sentido. Pero
Dios, la muerte estúpida, la vida aún más horrible, son los tres términos de un
problema insoluble al cual el suicido no toca" (p. 56). Artaud llegó
incluso a visitar varias veces a Maritain tratando de encontrar respuestas,
pero, por convicción o por las duras críticas que este comportamiento suscitaba
en sus compañeros, pronto dejó de hacerlo.
El tercer tipo de textos son los que se dirigen a
personajes importantes en el mundo. Tienen un carácter de manifiesto. Hay entre
ellos cartas a los rectores de las universidades europeas, al Papa, al Dalai
Lama, a las escuelas de Buda. En ellas lo que quieren los autores (la mayor
parte de ellas, a pesar de estar escritas por Artaud, eran verdaderos manifiestos
firmados por todos) es destacar que "no hay palabras que paren el
espíritu", que cualquier acto de creación del hombre es más complejo que
todas las teorías metafísicas, y que muchas veces los mejores pensadores no son
en absoluto sensibles a las cosas más importantes de la vida. Sin embargo, al
mismo tiempo se declaran de una manera servil "très fideles
serviteurs" del Dalai Lama, que sabe -según ellos- liberar los
atormentados espíritus de sus sufrimientos.
3. Se trata de una recopilación muy heterogénea, de ideas
morales generalmente negativas, dichas sin apenas profundidad, pero de manera a
veces muy convincente por la seguridad y entusiasmo con que se formulan y
porque se vale de cosas muy puntuales que en sí no permiten hacer una crítica a
la totalidad. En la carta dirigida al Papa, su odio y los ataques a la Iglesia
llegan a ser muy violentos y desagradables.
R.F.U.
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