ARENDT, Hannah: The Human Condition, The University of Chicago
Press, Chicago 1958
(La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, 366 pp.)
1. Manuel Cruz titula su Introducción "Hannah
Arendt, pensadora del siglo". Se podría sospechar, con esta expresión, que
está dando a entender que se trata de una pensadora, no de un filósofo; y que
el de Arendt no es un pensamiento universal, sino solamente válido para nuestro
siglo. Efectivamente, más que una obra filosófica rigurosa, su libro es un
ensayo acerca de las causas de los problemas de nuestro tiempo. Sin embargo ¿no
es ésta acaso una cuestión filosófica perenne?
Hannah Arendt pasa a la historia de la filosofía política
por su reclamo de los fueros perdidos de la política clásica: nos invita a
mirar hacia atrás para resolver las cuestiones de hoy. También es conocida su
crítica a la ratio técnica vigente, su
propuesta de uso de la categoría de natalidad, la importancia de su
reconocimiento de la imprevisibilidad de lo práctico y del papel de la
libertad, la interesante distinción que hace entre labor y trabajo... En fin,
su pensamiento es original y valiente; tiene personalidad, autonomía propia. Y
al mismo tiempo es sumamente abierto. Ella, judía, no tiene ningún
inconveniente en citar repetidas veces a Jesús de Nazareth, a Agustín de Hipona
y a Tomás de Aquino.
2. Sin embargo, es muy difícil substraerse completamente
del paradigma cultural al que uno pertenece. Éste puede ser el caso cuando
sostiene que la naturaleza humana es incognoscible. "El problema de la
naturaleza humana -escribe Arendt- la quaestio mihi factus sum de San Agustín (...), no parece tener respuesta tanto en el sentido
psicológico individual como en el filosófico general..., nada nos da derecho a
dar por sentado que el hombre tiene una naturaleza o esencia en el mismo
sentido que otras cosas. Dicho con otras palabras: si tenemos una naturaleza o
esencia, sólo un dios puede conocerla y definirla, y el primer requisito sería
que hablara sobre un quién como si fuera un qué" (p. 24). Esta afirmación tiene evidentes resonancias kantianas y
coincide con la línea moderna de oposición entre la naturaleza, lo material,
necesario, repetitivo, cíclico, y la libertad, que es lo más propiamente
humano. No podemos preguntarnos qué es el hombre. De él sólo podemos decir que
es un quién. En vez de la armonía entre naturaleza y libertad propias de la
ética clásica heterónoma, se puede entrever la escisión entre ambas de las
modernas éticas autónomas. La indeterminación desde dentro del hombre carente de esencia, deja las puertas abiertas a cualquier
solución.
Huérfano de referencias objetivas e intrínsecas, ¿cómo se
autodefine la persona en Hannah Arendt? En la acción política, cuya condición
fundamental es la pluralidad: "Mediante la acción y el discurso, los
hombres muestran quiénes son, revelan activamente su única y personal identidad
y hacen su aparición en el mundo humano, mientras que su identidad física se
presenta bajo la forma única del cuerpo y el sonido de la voz, sin necesidad de
ninguna actividad propia" (p.203). La pluralidad posibilita lo propiamente
humano, porque permite que se diferencie. Lo humano es lo libremente elegido
que se manifiesta con los otros. Pero esta libertad es más indeterminación que
tensión hacia un fin. Hacer es comenzar y realizar lo comenzado (cfr. p. 212).
El acento está más puesto en que el hombre puede hacer que en lo que busca
hacer, pues atarse a un fin es perder la libertad. Evidentemente, su concepto
de libertad parte de una pura indeterminación; es "libertad de", no
"libertad para". Ella no es compatible con la necesidad. Lo necesario
no es humano, pertenece a la naturaleza. Acción es libertad indeterminada.
Acusa a la política griega de ser una técnica, no una acción, ya que consiste
en la orientación de los medios hacia un fin y la existencia de un fin anularía
la libertad.
Según Arendt el hombre no puede conocer la verdad
práctica, qué es el bien. Interpreta en este sentido una frase evangélica:
"esa misma cualidad (la falta de manifestación externa de la bondad)
parece ser el motivo de que Jesús creyera y enseñara que ningún hombre puede
ser bueno: ¿Porqué me llamáis bueno? Nadie es bueno, salvo uno, que es Dios"
(p. 80). Quizás esto y lo anterior expliquen que no haya en nuestra autora un
concepto claro de bien común. Sólo hay una zona de intereses comunes que son
más un simple inter-esse que propósitos (cfr. p.
206), una necesidad de actuar con, no contra, los otros (cfr. p. 204).
También podría pensarse que es debido a la ausencia de
fines y bienes en materia práctica por lo que el mundo y la obra adquieren tanta importancia en Hannah Arendt. Son lugar del
hombre, punto de referencia de la acción, sin la que ella misma no se puede dar
(cfr. pp. 62 y 191). Del mismo modo podría interpretarse que la capacidad de
promesa y de perdón obran como coordinadores o reguladores de unas acciones
desprovistas de fines. Va de la mano de los aspectos anteriormente reseñados el
que la distinción arendtiana entre privado y público sea tan tajante. Lo
privado es lo necesario, lo biológico, ámbito propio de la economía, cuyo fin
es la obtención de lo indispensable. Como dice André Enegrén, la economía es
para Arendt un mal necesario que, además, se ha escapado de su ámbito propio y
ha invadido el público produciendo en él una suerte de domesticación. La
denuncia es válida, pero el origen del problema no es la presencia de la
economía en lo político, sino su tecnificación e insubordinación.
3. Aunque pueda parecer que su pensamiento sea
fundamentalmente una reflexión sobre la acción, lo que en él falta es,
precisamente, una teoría de la acción. Lo único que señala es la
imprevisibilidad y la irreversibilidad de la acción, pero eso no es suficiente.
Carece de lo esencial: la intencionalidad. Una adecuada aproximación a la
intencionalidad le hubiera llevado, casi indefectiblemente, a la idea de bien
común.
La rehabilitación de la política como ciencia práctica se
ha sostenido recientemente desde muchas posturas. La de Hannah Arendt es muy
personal y difícil de encasillar. Pero se debe reconocer y alabar su intento
que suma esfuerzos a los de otros muchos filósofos actuales.
R.F.C.
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